Todo el mundo (crítica, público e industria) adoran a Natalie Portman.
Se enamoraron (nos enamoramos, más bien) de ella al conocerla en León (El profesional) y Beautiful Girls y el idilio continuó con películas como Closer, V de Vendetta, Algo en común o Brothers… Si la perdonamos su cuestionable participación en la nueva trilogía en La Guerra de las Galaxias, ¿por qué no vamos a indultarla por aceptar participar en una comedia romántica tan simplona como Sin Compromiso? De algo tiene que servir estar a punto de ganar el Oscar por Cisne Negro, ¿no? Los 40 millones de dólares recaudados en diez días (con un coste no superior a los 25) demuestran que los jóvenes y las mujeres están encantados de ver a una actriz generalmente elitista y muy selectiva como Portman en una película mainstream coprotagonizada por Ashton Kutcher.
El actor, consciente de su espectacular belleza (fue un destacado modelo hace años) y su más o menos efectivo encanto, ya apenas se molesta en buscar películas más arriesgadas y que le permitan lucirse un poco más.
¿Para qué? Está demostrado que la mayor parte del tiempo los espectadores sólo quieren verte haciendo lo mismo una y otra vez.
Sin compromiso no engaña a nadie en sus resultados e intenciones: es más o menos lo que se puede esperar de una comedia romántica actual, ese género en crisis que ha conseguido convertir a Richard Curtis en el Billy Wylder de nuestro tiempo.
Secundarios pintorescos (entre ellos el padre que se acuesta con la ex de su hijo interpretado por el gran Kevin Kline), algún que otro grag gracioso y unos protagonistas resultones y con cierta química es lo que se puede esperar.
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