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Crítica: Killers, la sosez hecha película

Si en cada una de las películas de Ashton Kutcher se le sustituyera por un saco de patatas, el resultado sería el mismo o incluso superior.
Desde Colega, ¿Dónde Está mi Coche? hasta El Efecto Mariposa, el actor ha demostrado ser tan expresivo como un objeto inerte.

Por suerte para él, en Killers tiene un duelo interpretativo con una actriz a la que la deserción televisiva le ha ido fatal: Katherine Heigl, la antaño ganadora del Emmy como la doctora Izzie Stevens de Anatomía de Grey y actual mujer florero en películas románticas sosainas… como Killers.

Es difícil enumerar uno a uno todos los problemas con los que uno se va a encontrar en Killers, pero antes que nada hay que dejar algo claro: Entretiene a ratos.
Es la típica película veraniega de la que nadie en sus cabales espera absolutamente nada, por lo que cualquiera de sus mínimos aciertos parece un remojón en una piscina de agua fresca.
¿El problema? Que tiene muchos más errores que aciertos, partiendo de un inicio aburrido y terminando con una conclusión que causará vergüenza ajena en el espectador.
Ya su argumento suena a añejo y contado antes (entre otras cosas porque, efectivamente, ya se ha contado antes en películas como Noche y Día): Un agente secreto del FBI conoce a una chica a la que su novio le acaba de plantar y se enamoran.
Al cabo de los años, ya casados, alguien vuelve a perseguirle y a intentar matarle dios sabe con qué propósito.
A partir de aquí, escenas de acción sin ton ni son mezcladas con discutibles escenas de humor perlarán la película.
Al hablar de “humor” la película se refiere, por lo general, a Katherine Heigl gritando (o meando en un palito) o a Ashton Kutcher intentando explicar los tejemanejes de su oficio en el que, claro, su mujercita se mueve como pez en el agua al cabo de diez minutos de empuñar una pistola por primera vez.
Si os hacen gracia estas situaciones, os partiréis de risa con Killers.
Si no, os damos la bienvenida al mundo de la gente normal.
Hay que reconocer, eso sí, que al menos las escenas de acción están bien rodadas.
Robert Luketic (Una Rubia Muy Legal) sabe lo que hacer en estos momentos, y resultan entretenidos en cuanto se pierde de vista a los dos protagonistas y se centra en los disparos, las cabriolas y los momentos imposibles.
De hecho, estas escenas (de las que tampoco os podéis esperar nada del otro mundo o no visto antes) son el mayor aliciente para ir a ver Killers.
Bueno, esto y la presencia de Tom Selleck, que demuestra que sigue teniendo el mejor bigote de todo Hollywood y que sigue siendo toda una estrella a sus 65 años.
Más allá de estos momentos puntuales, el filme es un despropósito: Ni emociona, ni interesa, ni damos un duro por los personajes, ni importa si viven o mueren siempre que la película llegue a un final sorpresa tan obvio que no creeréis que pueda ser cierto, todo un momento olvidable y amargo.
Y es que, puestos a hacer una película veraniega, se pueden escoger diferentes ingredientes para tratar de hacer una mezcla más homogénea.
Killers es como una ensalada en la que todo parece valer y en el que la lechuga se mezcla con los picatostes, un chorrito de tomate, sal, azúcar y algo de picante para que los críticos más acartonados destaquen su componente “sexy” (resumido en “Hacen como que tienen sexo un par de veces”).
Y como comprenderéis, de esa mezcla no puede salir nada bueno.
Una película de la que os olvidaréis en el mismo momento que las luces de la sala se enciendan, y con la que sentiréis que habéis perdido hora y media de manera miserable.
Chistes que ya habíamos visto en un argumento ya habíamos visto con escenas de acción que ya habíamos visto: Killers es un continuo dejà vu que aburre hasta el extremo.
Por si esto fuera poco, Killers tarda demasiado en empezar a arrancar (de hecho, su primer acto parece pegado con celo al resto del filme) y cuando lo hace no cumple nuestras expectativas.
Con un par de chistes logrados (y que, a pesar de todo, nos suenan a vistos mil veces antes), Killers resulta la película veraniega ideal para los que solo quieren tumbarse en la sala y disfrutar del aire acondicionado mientras ven una historieta que olvidarán al instante.
Tampoco tiene nada de malo: Al fin y al cabo tenemos todos las neuronas reblandecidas del verano.
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