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Crítica: Twelve. Tímida recreación de la decadencia juvenil de la alta sociedad de Manhattan

Cuando me enteré de que Joel Schumaker volvía a adentrarse en los problemas de la adolescencia como marco para una nueva película, me emocioné pensando títulos del pasado como St.
Elmo Punto de Encuentro o Jovenes Ocultos.
La carrera del director de Línea Mortal lleva ya varios años dando unos extraños tumbos que podrían entenderse como los vaivenes de la industria más que como los problemas de un director en seria decadencia.

La naturaleza independiente de Twelve podría devolvernos a un Schumaker fresco y vibrante, pero lamentablemente no es así.
La película nos cuenta el drama de White, un camello de la zona alta de Manhattan que está haciendo su agosto durante las vacaciones que los estudiantes tienen en primavera.

Sin embargo y pese a lo que pueda parecer, está llegando a sus escasos 18 años rodeado de violencia y muerte, sin ni siquiera haberse atrevido a declarar su amor por la chica que ama.
Una nueva droga conocida como Twelve será la guinda en un día de perros para los niños pijos de Nueva York.
Aunque estamos ante una historia eminentemente teen, la oscuridad que rodea a la historia no nos deja disfrutar de la supuesta energía vital que se le supone a esa fase de la vida.
Los personajes que parecen más interesantes para el espectador, como el protagonista o su amiga más cercana interpretada por una correcta Emma Roberts, no terminan de conectar del todo con la audiencia precisamente por ese abismo existencial que se abre ante ellos sin demasiadas razones.
El conflicto que asola a White, la muerte de su madre, es algo que, lamentablemente todos afrontamos antes o después, y el film no da la suficiente información como para tener en cuenta este hecho de manera relevante.
El resto de personajes no escapan al estereotipo más o menos salido de madre y plano, quedando solo el personaje interpretado por Rory Culkin como el más interesante dentro del caos reinante en la trama.
Twelve está basada en una novela homónima de la que el guión extrae no solo su historia, si no también su forma de narrar.
En un acto de autentica pereza, se ha optado por incorporar una voz en off que va dando forma a los personajes y a los actos de los mismos, de una forma un tanto aleatoria, abandonando este mecanismo cuando ya no es pertinente, dejando así coja la continuidad narrativa del conjunto.
El que sea el amigo del director, el actor Kiefer Sutherland, el que pone su voz al servicio de este recurso, no hace perdonable una manera tan barata de hacer llegar la información al espectador.
La película se hace repetitiva al subrayar continuamente cuestiones evidentes y remarcar elementos muy básicos y para colmo de males resuelve los conflictos de los personajes de una manera poco creíble dentro del marco que se ha creado para la historia.
Una oportunidad desaprovechada para una buena idea, quizá algo sobada y lamentablemente para el equipo de Twelve, efectivamente resuelta por Darren Aronofski hace años en la genial Requiem for a Dream.

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