En la semana decisiva en que Cataluña podría iniciar un nuevo capítulo de su historia con un gobierno liderado por el socialista Salvador Illa, en Moncloa evocan una vez más el habilidoso equilibrio del presidente para sobrevivir a uno de sus juegos más audaces.
Aún queda por estimar el costoso precio del pacto fiscal con ERC, el cual se necesita para que presten su apoyo. Además, se añade la incertidumbre del factor Puigdemont, verse aislado por su posible retorno y la inquietud de sus votos impredecibles en el Congreso.
El valiente Sánchez, como siempre, no ha decepcionado. Silenciando a aquellos que afirmaban que prescindiría de Illa si su investidura pusiera en peligro la estabilidad parlamentaria en Madrid, el presidente ha decidido buscar incansablemente el final del proceso, a pesar de la indignación causada en Junts y sus siete diputados.
Si Salvador Illa llega a ser el presidente de la Generalitat, lo hará sobre las ruinas de la unidad independentista, aquella que creció durante los gobiernos del PP y llevó a Cataluña a una declaración de independencia inútil y a un desolador colapso social y económico sin igual. La investidura de un socialista ‘unionista’ con los votos de algunos independentistas sería una gran victoria política para Sánchez, una que pocos podrán cuestionar.
Para llegar a este punto, el mandatario ha comprometido la unidad de su grupo político y la lealtad de sus esenciales aliados gubernamentales, cuestionando hasta el mismo sistema territorial de España y su porvenir. ¿Nos dirigimos hacia una federalización de la nación, algo que Sánchez no rechazó en su balance de año? Este debate sobre si esta es la única forma de neutralizar el separatismo, que solo ha perdido apoyo y su mayoría en el Parlamento catalán tras las ‘concesiones’ de Moncloa, será algo ampliamente discutido y reflexionado, y todos los españoles deberán participar. Entre Illa y Puigdemont, Sánchez ha elegido decididamente al primero, a pesar de que actualmente necesita más al segundo. Como nación, también tendremos que tomar una decisión, aunque no nos agrade.
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