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Este jueves, los atletas españoles competirán según un horario específico, con varias posibilidades de ganar medallas

Carlitos, por favor, deja de derramar lágrimas. Mira, primero, aunque es completamente normal, no tiene ningún beneficio, solo empeora tu estado emocional. Y segundo, también nos haces llorar a nosotros, y eso no está nada bien. Nadie asiste a un partido de tenis para terminar con una cara empapada en lágrimas como si hubieran perdido a su mascota.

Has perdido la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de París cuando parecía que ya la tenías. Sí, eso es duro. Pero, tienes que aceptar que una parte considerable de tu tristeza — esas lágrimas que puedes ver en las caras de los niños desolados, las más amargas posibles — es culpa tuya.

Sabías desde hace varios días que ibas a ganar. Incluso, habías estado alardeando de ello. Estabas completamente seguro de que le brindarías a España tu medalla de oro. Habías valorado tus posibilidades de ganar tan alto que tu fracaso intensificó tu tristeza. Como le decía el secretario del emperador José II de Austria a Mozart (y tú, eres el Mozart del tenis), “un poco de humildad no te haría daño”. Mozart era un genio, pero aún así era un niño. Eso es exactamente lo que te pasa a ti.

Carlos Alcaraz, te hemos transformado… ciertamente, en un fenómeno que trasciende el deporte del tenis. Eres una atracción masiva. Has llenado estadios alrededor del mundo. Con tu juego excepcional, tu espontaneidad y tu renombrada sonrisa, provocas un afecto ineludible dondequiera que te presentes. En Instagram cuentas con 6,1 millones de seguidores; eso es diez veces más que la suma de Pedro Sánchez y Núñez Feijóo. Has obtenido quince títulos, incluyendo cuatro Grand Slam. Y apenas has celebrado tu vigésimo primer cumpleaños. Aunque esto encanta a muchos, a mí me parece alarmante. Especialmente para ti.
Dejamos de ir a los estadios, o de ver la televisión, solo para observarte jugar. Ahora, lo que todos desean es verte vencer. No nos conformamos con menos. Te instamos a ganar. Te instamos a que continúes demostrando lo bien que juegas cada vez que pisas la cancha, como si aún no hubieras demostrado tu enorme talento. Te hemos convertido no en un deportista, sino en un espectáculo. O incluso peor: en un derecho, el derecho que todos creen tener de verte ganar, en reciprocidad por el cariño exigente que te profesan. Y eso no le ocurre a ningún otro tenista en el mundo, Carlitos. A ninguno. Ni a Sinner, ni a Djokovic, ni a ninguno más. Todos ellos tienen el derecho a perder sin que sus seguidores los abandonen como si fueran amantes engañados. Todos, excepto tú.

El dilema radica en el hecho de que a veces pareces asumir como verdadero todo lo que te rodea, muchacho, y que no te importa cargar con ese espantoso peso que en realidad no corresponde a tus hombros. Cuando afirmas, entre lágrimas de adolescente, que has desilusionado a España por no lograr el oro, estás profundamente equivocado. No hay desilusión alguna. No prestes atención a los que te adulan. Deja de cubrirte con el patriótico manto, Carlitos, tú no eres ningún héroe legendario. Evita la tentación de sentirte un héroe o un embajador. No lo eres. Simplemente eres un joven de 21 años con un sorprendente talento para el tenis. Y como lo expresa Toni Nadal, tío y entrenador de Rafa Nadal, «no hay justificativo para abandonar la humildad por el simple hecho de golpear bien una bola de tenis. La vida es mucho más que eso».

El tenis es un deporte en el que normalmente se pierde más de lo que se gana, como lo expresó Roger Federer. En esta ocasión, perdiste por muy poco, por dos motivos fundamentales. Primero, debido a que tu competidor era el mejor jugador de todos los tiempos, Novak Djokovic: un fenómeno enigmático que ha ganado todo lo que se pueda lograr en el mundo del tenis… salvo esa medalla dorada. Y habría estado dispuesto a vender su alma con tal de conseguirla: jugó uno de los mejores partidos de toda su extensa carrera. Incluso diría que era justo que lo lograra (en términos poéticos, claro), porque esta era su última oportunidad. Mientras que la tuya es la primera de muchas. El mismo Djokovic te lo manifestó al culminar el juego: tu momento pronto llegará. Y así sucederá.

El segundo motivo se simplifica en entender esto: Llevas casi dos décadas al lado del campeón serbio, enfrentándote a partidos retadores y significativos. Sin embargo, cuando el último momento crítico llegó, la experiencia del serbio prevaleció sobre tu talento. Djokovic logró controlar sus nervios de una manera que tú no pudiste, y de ahí su victoria. Hay momentos, como en los Wimbledon, donde no fue capaz, y tú saliste vencedor. En recuerdo, resultó que él fue el que terminó en lágrimas. Resulta singular, ¿verdad? Ambos parecen ser los únicos capaces de hacerse llorar mutuamente. Hace un año, en Cincinnati y nuevamente ahora, perdiendo contra él te llevó a lágrimas. Con el serbio, ímpasible y desagradable, ocurrió igualmente, tras perder contra ti en Londres en las dos últimas ocasiones. A todas luces estáis hechos el uno para el otro…

Carlitos, no derrames más lágrimas. Tu logro como medallista de plata es maravilloso y, por el contrario, no defrauda a nadie, sino que te ha permitido recordar tu humanidad y a la vez bajarte del pedestal, algo sumamente importante.

Por tanto, siguiendo las palabras de Toni Nadal, «muestra una buena cara, ya que sin ella es difícil lograr algo bueno». Cárgate de energía, porque el torneo de Cincinnati se nos viene encima y, antes de fin de mes, el Abierto de EE. UU. ¿Te ves conquistándolo de nuevo? ¿Podrías ganar tres Grand Slam en un año? ¿Es eso un verdadero desafío?

Sería extraordinario, pero debes tener esto en mente: la cosa más importante, nuestro corazón, ya lo has ganado. Y nunca lo perderás. Siempre te tendremos en estima, chico. Así sucede cuando alguien nos alegra la vida. Aunque tal vez toque derramar algunas lágrimas.

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