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La escasez de alimento reduce las posibilidades de supervivencia de los pingüinos en la Antártida

La culpa de que los pingüinos no tengan qué llevarse a la boca la tiene el cambio climático.
No ha sido tanto el cambio de paisaje, sino sus efectos sobre la reducción de la fuente de alimentos lo que ha dejado a estos pobrecitos en una penosa situación, advierte un estudio.

Ha sido la merma de krill, un crustáceo parecido a los camarones que constituye su principal fuente de alimentación, lo que más contribuye a reducir las posibilidades de supervivencia de estas aves en la Antártida.
Según sugiere un estudio, la falta de comida ha acabado con la mitad de las poblaciones de pingüinos en el oeste ártico.

En concreto, los investigadores encontraron que las poblaciones de pingüinos Adelia y Barbijo habían disminuido a la mitad en los últimos 30 años en la península de la Antártida Occidental y el Mar de Scotia.
Pronto relacionaron este descenso con el calentamiento global, atribuyéndolo más a la enorme reducción de krill (ha disminuido hasta en un 80 por ciento por destrucción de su hábitat) que al derretimiento del hielo, como suele ser habitual.

Aunque en realidad algo tiene que ver la falta de hielo, pues el krill se alimenta del fitoplancton que se forma entre sus placas y el clima más cálido reduce el tiempo de alimentación del krill, cada vez más breve, disminuyendo sus poblaciones.
Recordemos que el krill forma la base de la cadena alimentaria marina, que va desde peces y pingüinos a las mismas ballenas.
Así, la escasez de krill hace más dura la competencia por conseguirlo, lo que unido al aumento de las temperaturas y la destrucción del hábitat, provocan que sólo uno de cada diez pingüinos jóvenes pueda llegar a adulto.
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